Todo
empezó hace 40 años. En esa época se conoció como influenza AH1N1. Un nuevo
virus, la mutación del resfriado común. Cuando lo recuerdo siento una ligera
sensación de algo que podría llamarse humor.
En
ese momento, el anuncio lo escuché por la televisión, en la confortable sala de
mi casa, afuera oscurecía ya. Dentro, yo estaba sentado en mi sillón favorito,
que era de color terracota. Mamá cocinaba y el olor avisaba que la cena estaba
lista. Por más que trato de esforzarme en recordar, no logro saber qué fue lo
que cenamos aquella tarde tormentosa que se convertiría en el principio del fin,
aunque en ese momento no lo supiésemos. Este periodo de desconocimiento duró 20
años más.
Cuando
nuestro gobierno hizo el anuncio, la gente no sabía cómo reaccionar ante el
concepto de epidemia. Lo que hicieron las personas fue salir lo menos posible a
las calles. El metro en hora pico, que en tiempos pasados era como una lata de
sardinas, ahora era como un complejo de leprosos. A pesar de haber muchas
personas, todos trataban de no tocar a los de al lado. Si alguien se atrevía a
estornudar todos los demás lo miraban con una mezcla de miedo, asco y
agresividad. Solo te quedaba como opción bajarte del vagón. Todos parecían ser
científicos o astronautas. Desde la señora con un sencillo cubre bocas, hasta
los hipocondriacos con máscaras antigás y guantes, que a la larga sirvieron de
muy poco.
Las
calles estaban desiertas. Reforma, que en otros tiempos rebosaba autos, ahora
parecía un desierto y seco lecho de un río. Ni una sola alma se movía.
Únicamente la gente que tenía necesidad de salir se aventuraba a las calles. Las
esculturas que siempre han caracterizado esta avenida, en ese momento escaseaban
de público. El aire barría con ímpetu alguna que otra basura, como si fuera un
paisaje marciano. Solo los perros callejeros y otros animales se exponían a
andar en este lugar. Parecía una ciudad fantasma.
La
enfermedad se extendió por todo el globo. Casi un año después de su aparición la
OMS declaró el fin de la pandemia. Craso error. Debieron seguir monitoreando la
enfermedad; nos confiamos. Poca gente murió en ese entonces. Unas 19,000
personas, según cálculos oficiales, en todo el planeta. Nada de qué preocuparse
si la población mundial ascendía a miles de millones.
Varios
años después nos dimos cuenta de lo que pasaba. El resfriado solo era la primera
fase de una enfermedad siniestra que tenía un periodo de incubación de un largo
lapso de tiempo para nosotros, no así para un virus. Lo siguiente era lo peor.
En el año 2050 la gente comenzó a transformarse. Todos los que se habían
contagiado se convertían en seres sumamente agresivos, dominados por sus
instintos básicos. Una especie de zombis, si tuviéramos que definirlos mejor,
nuestras pesadillas cinematográficas se habían hecho realidad. No sabemos qué
modifica el virus en el cerebro, en lo único que piensan estos zombis es en dar
dentelladas a todo ser vivo. Parecen tener hambre. Aunque esto solo lo
suponemos, no se sabe de nadie que haya entablado una conversación con un zombi.
Brotaron por millones. Pronto descubrimos que si un zombi te mordía, no hacía
falta una incubación de décadas. La pesadilla fue más sombría
aún.
Obviamente
las instituciones gubernamentales fueron rebasadas casi de inmediato en países
como el nuestro. Otros países mejor preparados, sobre todo militarmente, como
Estados Unidos, Rusia, Francia, Israel, etc. Lograron contener la infección.
Ellos fueron los precursores de la Coalición de Naciones. Un organismo para
erradicar la infección. La Coalición comenzó una operación de limpieza a nivel
global. No hay cura para la enfermedad, si un zombi te muerde, la mejor y única
cura es una bala en medio de los ojos. La única salida es el exterminio de los
zombis.
Yo
fui de los pocos sobrevivientes en México. Lo recuerdo y siento escalofríos. Me
escondía en rendijas o en pequeños lugares donde ellos no pudieran oírme y mucho
menos alcanzarme. El hambre y las noches eran lo peor. El insomnio por estarlos
oyendo pasar cerca de mí. Escuchar cuando atrapaban algo vivo hacía que se me
erizaran los cabellos de la nuca.
Sobrevivir
fue de lo más duro, llegó un punto, en que en mucho tiempo, no encontré de comer
cosa alguna. Supongo que habré desfallecido. Lo único que puedo rememorar es a
un escuadrón de limpieza de la Coalición de Naciones acabando con algunos zombis
y llevándome a un vehículo en una camilla. Cuando abrí los ojos me hallaba en un
centro de cuarentena de la Coalición. Las paredes eran totalmente blancas. Como
único mobiliario tenía una litera empotrada a la pared y un inodoro. Había una
ventana por la que me gustaba mirar, daba al patio de prácticas de los reclutas
de la coalición. Estuve algunos meses ahí. Cuando me liberaron me enlisté en las
fuerzas de búsqueda y rescate de la Coalición. Formo parte de un escuadrón de
apoyo de la coalición para buscar sobrevivientes. Mis compañeros y yo llevamos
cada quien un perro, son los mejores para encontrar sobrevivientes por su olfato
tan agudo. Nuestro trabajo es protegerlos a ellos y a los sobrevivientes, si los
encontramos. Cuando esto pasa, aseguramos el área y pedimos apoyo para una
evacuación.
A
veces pienso que todo esto es una horrible pesadilla de la cual algún día
despertaré. Rezo porque así sea. Aun conservo la esperanza de un mundo
mejor.
Autores:
AVRL y CANEK
Publicado
por: LORD KAOZ SIK